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nacido en Los Ángeles, no podía establecer con
certeza la naturaleza de varias muertes, sobre todo,
en caso de sobredosis de substancias estupefacien-
tes y psicotrópicas, llegándose a popularizar la AP,
misma que fue descrita en el año 1961 por Edwin
Shneidman y Norman Farberow, como: “método
para dilucidar los casos de muerte dudosa median-
te un procedimiento focalizado en la claricación
de la naturaleza del óbito en cuestión centrada en
los aspectos psicosociológicos”. En la década de los
años 60 en Norteamérica, la Ocina Federal de In-
vestigación, FBI, se interesó en esta técnica cuando
tenían que esclarecer la etiología médico legal de
muertes dudosas y no existían sucientes evidencias
o elementos para armar si la causa era suicidio,
accidente u homicidio. Con el paso del tiempo se
buscó estandarizar la técnica, diseñándose guías y
formularios de cómo, cuándo y quiénes podían apli-
car la AP; esto dio lugar a la creación de protocolos
de aplicación de la misma.
La metodología cientíca utilizada para vali-
dación del MAP, fue desarrollada en el Instituto de
Medicina Legal de Cuba a través de tres investiga-
ciones realizadas durante el período de 1990 a 1996
en víctimas de suicidio, homicidio y accidentes, las
cuales demostraron que recurrir a terceras perso-
nas para obtener información del fallecido resulta
conable; que el método es viable y el instrumento
MAP es aplicable y se lo puede generalizar.
El aspecto principal de la AP es el proceso en
sí mismo y el modo como se llevan a cabo las cosas,
ya que parte desde el mismo lugar de los hechos,
en el cual no sólo se puede levantar huellas objeti-
vas por los peritos en criminalística, sino también se
puede “levantar” las huellas psicológicas o subjetivas
que quedan impresas en los lugares en que estuvo la
víctima y en las personas que interactuaron con ella.
La función del psicólogo que realiza la peritación es
la de decodicar e interpretar las señales latentes
en la escena del crimen.
Dentro del contexto de la investigación cri-
minal el proceso de la AP comienza desde el exa-
men de la propia escena de la muerte y no debe ser
realizado por un solo perito; por el contrario, se
requiere de un trabajo en equipo con los criminalis-
tas, médicos legistas e investigadores policiales, sólo
así se logrará una caracterización profunda y cientí-
camente fundamentada de la víctima. Es necesario
un grupo interdisciplinario de expertos que aporten
sus conocimientos para conseguir un mejor análisis
de las condiciones, relaciones, comportamientos y
situaciones de un ser humano muerto en circuns-
tancias dudosas. El estudiar al hombre desde una
sola dimensión sería un error, ya que nadie puede
negar la diversidad de instancias por las que se en-
cuentra atravesando la vida de un ser humano.
La AP en su aplicación al estudio de las muer-
tes equívocas exige un alto nivel de preparación, por
lo que es fundamental incorporar profesionales en
psicología ya que esto posibilita un avance impor-
tante en el aumento de la calidad cientíco-técnica
y al progreso de la investigación criminal.
La Doctora Teresa García Pérez insiste que
son los psicólogos quienes deben aplicarla, pero que
éstos deben tener conocimientos de criminalística,
cuando el objeto es la investigación criminal. Estar
al lado de los investigadores policiales permite acce-
der directamente a elementos judiciales tales como
notas, fotografías, cartas, documentos y todo tipo
de evidencias que posiblemente para ellos sea in-
formación evaluada desde otra óptica; y, adquiere
otro valor para el psicólogo, que hará otra lectu-
ra diferente de la vida del occiso y como resultado
pueda ofrecer otro nivel de información que ayude
a esclarecer la muerte o la motivación que llevó a
la misma. Todos estos aspectos son fundamentales si
se quiere lograr una intervención ecaz en el proce-
dimiento de la AP.
Finalmente, el dictamen o informe deberá
dar luz al juez sobre la personalidad y el estado
emocional del individuo previo a su muerte; y, si te-
nía o no un comportamiento pre suicida que hubiera
inuido para que se quitara la vida por mano propia,
teniendo siempre presente que la conclusión será si
el sujeto tenía o no ideas suicidas, pensamientos de
muerte o estados depresivos previos a su deceso y
nunca se asegurará que el sujeto se quitó la vida por
sí mismo.